jueves, 21 de marzo de 2019

La Bestia


Es tan sublime ese aroma al que me acostumbré todas las mañanas al despertar cerca de ti. Tan gélida, raquítica; y es que se te veían hasta los huesos.

Me asomé a la ventana para observar los nacientes rayos de sol alumbrándote esta última  mañana. Tu silencio y latidos vivirán, o más bien divagarán entre mi mente, yendo y viniendo, con libertad y sin control. Tan solo pasó en segundos, yo los sentí eternos, como las discusiones que teníamos antes del final. Eternos como los gritos repentinos, los silencios en ausencia de la perdida magia que nos hacía ser uno solo. Aún te admiro como el primer día que nos conocimos, pero solo eso queda.

Necesito una nueva compañía, antes que vuelva a enloquecer, pero ahora tengo que cremar a Margot y sus cenizas deben reunirse junto a las de Helga, Sarai y Rose.

Esa noche traté de dormir, pero en mi cabeza aun daba vueltas la última discusión que tuvimos. Encendí un cigarrillo y me senté al borde de la cama, justo donde me despedí de ti, de la manera más  taimada, más sádica. Aún siento tu cuello en mis manos, tu aroma quedó impregnado en mis dedos. Susurro las canciones de cuna que usabas para tranquilizarme.
Solías domarme tan sublime, no recuerdo cuando dejaste de hacerlo, cuando esa bestia tomó posesión de mí. Solía verme tras una pantalla aislado entre mis pensamientos, intentando detenerme. Pero esa bestia no me lo permitía, nunca me lo permitía…

Al cuarto día fui a un bar al otro lado de la ciudad, no podía dejar de sentirme tan solo. En la esquina de la barra se encontraba una muchacha de ojos azules, como los de Margot, cuando solía observarme mientras disfrutábamos del atardecer. Sonreí mientras veía a ésta muchacha, cuando de pronto volteó al darse cuenta que la miraba. Avergonzado giré hacía mi vaso de vodka para beberlo.


—Eh, pervertido qué estabas mirando —me dijo la muchacha de ojos azules mientras se acercaba a mí.

—No fui mi intención incomodar, solo estaba observando...

—¿Observando mis pechos? —me interrumpió con rapidez.

—Quise decir tus ojos —respondí nervioso…

—Pero creo que mejor me voy —dije mientras bajé del asiento y di media vuelta.

—No, espera, continúa. Solo tuve un mal día —respondió deteniéndome al sostener mi brazo.


Y así fue como comenzó una nueva historia junto a Beth, ella podía mantener a esa bestia aislada en lo más profundo de mi mente. Presentía que ahora sería diferente.

Ella se convirtió en mi bálsamo para la soledad, mi remedio para acabar con la bestia que me consumía. Sus ojos irradiaban más que los de Helga, Rose, Sarai o incluso que los de Margot. Me encantaba llevarla a la playa, sentarme junto a Beth, observar cómo los rayos de sol hacían relucir ese brillo incandescente suyo.


—¿Mi amor, puedo preguntarte algo? —me dijo mientras me sonreía y acariciaba mi cabello.

—Lo que tú quieras, preciosa —respondí con la mirada perdida entre sus ojos.

—Cuando me observabas en el bar la primera vez que nos conocimos ¿A quién te hacía recordar mis ojos? —me preguntó con curiosidad.

En ese instante recordé a Margot, recordé nuestra discusión final, recordé a la bestia.

—¿Amor, estás bien? —me dijo preocupada al verme congelado.


Una vez más, volvemos al principio, esa bestia  tomó posesión de mí. De un golpe en la cien cayó azotando su cabeza sobre la arena, la llevé inconsciente hasta la casa, el resto es historia.



Nota: Este cuento fue publicado en la antología "Letra infausta" de El Asilo de Arkham.